Pajas Mentales

martes, agosto 21, 2007

Querido ridículo (o el desvalor de la calidad):

Tú, hombre moderno, urbanita, cosmopolíta, egocéntrico, metrosexual, ortoréxico, (o vigoréxico o anoréxico). Tú, oh dios de los gimnasios o las saunas, devoto de la depilación por laser y del bronceado de cabina. Tú, oh Apolo, egoísta, crápula y vividor, amante de una noche y pesadilla de una vida. Tú que te regodeas de haber tenido a mil mujeres, cuando en realidad no has poseído a ninguna. Tú que te supones conocedor del bien y del mal, que te autodefines como “de vuelta de todo”, no eres más que un pobre infeliz poseedor de una tremenda fantasia.
No sé que es lo que más puede irritarme en un hombre, si la estulticia o la pedantería, pero en el caso del “homo urbanitas” son los dos ejes sobre los que pivota toda su existencia. Lejos, perdido en los pantanosos terrenos de la filosofia, queda el brillante apotegma socrático: “sólo sé que no sé nada”. Pardiez, a ningún hombre “moderno” se le ocurría decir nada semejante. Todos son maestros de todo, expertos en sueños y vendedores de aire. No hay ninguno que pretenda impresionarte para algo más que un polvo y después olvidarte, porque en el momento en el que intentas penetrar en el alma de cualquiera esa ficticia profundidad, esa apariencia reflexiva, esos estudiados comentarios de manual, se convierten en una estela de humo.
Todavía me corroe la duda de por qué esa necesidad de ser tan prolijos sexualmente, de por qué tener que medir su ego en función de las conquistas de niñas beodas. Sólo me queda pensar en una opción. La cobardía. El temor de no saber enfrentarse a un igual en justa lid. Ellos que se preparan cada noche como para ir a un combate, se conforman con una pueril recompensa. Prima la facilidad frente al enriquecimiento, el sexo frente a la complicidad, la urgencia frente al disfrute pleno. Y total para una miserable polvo de cuarto de hora (quien dice cuarto de hora dice cinco minutos) en el baño sucio de cualquier discoteca.
No quiero que se me malinterprete. En absoluto estoy pensando en el amor ni sus demonios (bien es sabido que soy una descreida a ese respecto) simplemente creo en el hedonismo y en la calidad de vida. No creo que pueda existir una vida plena sin una sexualidad plena, sin poder conocer, disfrutar y exprimir un cuerpo, sin conocerlo. Un polvo de urgencia con una persona que acabas de conocer a las 6 de la mañana para mí es igual que una masturbación.
Seré idealista en esto, como en casi todo, pero para mí, (e insisto, en ningún momento hablo de enamoramiento), un “rollo” con una persona es algo más que una paja. Cuando me “lio” con alguien es porque me gusta su carácter, su cuerpo o ambas cosas y porque quiero poder experimentar con él algo diferente a lo que puedo hacer en mi casa viendo a Nacho Vidal. Para mí enrollarme con alguien es una de los mejores regalos que me da la vida y me gusta disfrutarlo igual que cuando como una tarta Selva Negra o me tomo una copa de Paternina: saboreando cada bocado y disfrutando de un placer digno de los dioses. Lo malo es que según están las cosas, en la mayoría de ocasiones me tengo que conformar con un Bollycao o un chato de vino del Día, por muy revestidos de Armani y D&G que vayan. Que penita madre.......